Adoración Perfecta

Adoración sin palabras

Era la semana de la pascua en Jerusalén. Todo judío estaba casi listo para la celebración solemne. Sumaban cientos de miles los corderos de tres años que cada familia había preparado para el sacrificio. Cada animalito estaba encerrado aparte y solo; su sacrificio sería consumado en breve siguiendo el proceso de la Ley mosaica.

Nisán (abril) 14 era la fecha. El año 30 d.C., probablemente. Se conmemoraba la  intervención de Dios para librarlos de la denigrante esclavitud a la que los hebreos se vieron sometidos en Egipto. En menos de setenta y dos horas, cada familia sacrificaría a su propio cordero y lo comerían juntos; de prisa, con yerbas amargas, y vestidos para salir de casa como aquella noche; mil cuatrocientos setenta y cinco años atrás.

Por su parte; es casi seguro que Pilato coordinaba un reforzamiento de la vigilancia militar en toda la ciudad por esos días. -“Nadie sabía lo que podría suceder, cada vez que el sentimiento patriótico de la nación judía era estimulado” y esa era “la semana” para ello-.

En medio de todo esto, la clase sacerdotal, y la cúpula religiosa en Jerusalén, estaban más preocupadas y llenas de envidia que nunca por la popularidad del “Nazareno”. Estaban hartos de Él. Airados por su impotencia para restarle la atención del pueblo, lejos de conseguirlo; “todo mundo se iba tras Él”. Pensaron que era el momento, y decididamente fraguaban planes para terminar con Él de una vez por todas.

Jesús estaba en Betania, la ciudad de Lázaro y sus hermanas: Martha y María.

Simón, a quien el Señor había sanado de lepra, le recibió en su casa esta vez. Estando ahí, rodeado de discípulos, toda mirada de los asistentes estaba dirigida hacia Él. Era una reunión casi familiar. Era Él el centro de atención. La reunión era informal, convivencial. Camaradería y amistad describirían bien el ambiente. Lejos estaba Simón de pensar siquiera, que además de haber sido sanado de lepra, su casa se convertiría en el eterno escenario de un hecho sorprendente. Nadie podía imaginar que en unos momentos ocurriría algo que dejaría expuestas las verdaderas intenciones de sus corazones.

Aquella mujer no tenía la intención de llamar la atención sobre ella. Aparte de amar al Señor intensamente, era como cualquier otra persona. No le amaba porque había hecho un gran milagro en favor de su familia, no; ellos lo habían amado de tiempo atrás por “Quien” era.  No pretendía impresionar a nadie. Sin embargo sus hechos dejaron en pasmo a todos. Su único objetivo era adorar a su Señor, y manifestarle que había entendido que había llegado el momento de la despedida. Que había captado su mensaje sobre…”Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de los pecadores” y «Ustedes saben que la Pascua se celebra dentro de dos días, y el Hijo del Hombre va a ser entregado para que lo crucifiquen.

Sabía que no había nada que pudiera hacer para impedirlo. Le resultaba  imposible hablar del asunto por lo mucho que le amaba. -Nadie quiere decir adiós a alguien que ama. Sé que no te volveré a ver; que no habrá otra oportunidad para despedirme; que es aquí y ahora, o no será nunca; son palabras que nacen ya presas dentro del alma-. Intentar liberarlas puede dar lugar a un incontenible llanto a gritos. Ella había memorizado lo que dijo en uno de esos días  dolorosos que trae la muerte a su hermana… “Yo soy la resurrección y la vida”. Había también presenciado la resurrección de su hermano, pero aun así, las despedidas siempre son tristes. La ocasión no era festiva para ella. Entró casi corriendo en escena, con  urgencia,  aprovechando el único momento disponible. Después solo quedaría el hubiera…  Traía en la mano un frasco de alabastro que contenía una libra de perfume de nardo puro de gran precio. En un segundo lo quebró (como se quiebra una ampolleta inyectable hoy) y lo vertió todo sobre la cabeza de Jesús hasta la última gota sin dar tiempo de nada. Se dejó caer postrada a sus pies llorando a sollozos y gemidos. Lo exabrupto de su entrada, el perfume corriendo por el rostro del Señor, el ruido del frasco vacío al rodar rebotando contra el suelo, sus sollozos y el inútil esfuerzo por secar las lágrimas mientras vertía nuevas sobre los pies del Maestro, dejaron por un momento, a todos anonadados.  En solo segundos, con el aroma del perfume llenando la casa, todo lo hizo y todo lo dijo, sin una palabra María de Betania.

¿Habrá un mejor modo de adorar?

Mateo 26: 1-13    Marcos 14: 1-9     Juan 12:1-8

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2 Comments

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    Victor J Brenes R marzo 12, 2013

    Gracias ,son una bendicion para mi vida ,MUCHAS GRACIAS,y que DIOS los bendiga

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      Pastor Verde marzo 16, 2013

      Dios prospere todo sus esfuerzos hermano. Un abrazo. Pastor Verde.

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