Primero La Familia.
El primer empleo que tuve fue como vendedor de libros. Era sólo un adolescente. El entrenamiento fue tan efectivo que me sentía como «El vendedor más grande del mundo».
Recuerdo que por mi edad, el gerente de la empresa dudó en aceptarme entre su equipo de ventas. Creo que vio mi empuje y decisión y al fin me dio la oportunidad de iniciarme en las ventas tomando el curso de capacitación. ¡Qué día! Inolvidable.
¿Te imaginas quienes se enteraron primero de mi nueva carrera? ¡Claro! Mis padres y mis abuelos. Ellos fueron el blanco de mis prácticas de venta s y casi estoy seguro, si mal no recuerdo, (han pasado cuarenta años) también fueron mis primeros clientes. Especialmente mi abuelita estaba siempre lista para apoyarme, y darme ánimo en mis emprendimientos de adolescente.
Los siguientes que escucharon las maravillosas bondades e información que contenían los libros que vendía fueron mis maestros y algunos amigos adultos que había logrado hacer a los 16. ¡Todo parecía tan fácil! Era cosa de leer y decir con el mayor entusiasmo y de la mejor manera posible el contenido de aquellos libros y colecciones. Algunos se conmovieron con mi entusiasmo, otros tal vez se solidarizaron conmigo por compromiso, y la verdad; creo que a otros les dio pena no comprarme y al fin lo hicieron.
Sin duda, de modo natural, en esa breve etapa de mi vida, mi familia fue primero, mis amigos los segundos y los desconocidos los últimos. Utilizo este relato para relacionarlo con el discipulado. He visto por años como los cristianos corren a la visitación «en frío», casa por casa como único recurso para hacer contactos y obtener decisiones de salvación. Lo cual es necesario y muy bueno hacer pero sin olvidar a quienes de modo natural tenemos al alcance de la mano. Nuestros familiares y amigos. Ellos nos invitarán a entrar a sus casas de buen grado y nos escucharán sin desconfianzas. Si tan sólo hiciéramos una lista de todos los familiares, conocidos y amigos desde la infancia que pudiéramos contactar; la lista sería tan grande que no alcanzaríamos a visitar a todos los que vivieran en nuestra misma ciudad en todo un año.
Aquí hay otra costumbre lamentablemente perdida por la agitación de la modernidad de estos tiempos. Recuerdo las tardes en que salía con mi abuelita con el puro objeto de visitar a alguna de sus amistades. Esas visitas muchas veces se daban como consecuencia de un comentario como este: ¿Qué será de Socorro? ¡Hace tanto que no la veo! Este miércoles iremos a visitarla para ver cómo está. Como dije antes, esta es una hermosa costumbre parte de nuestra cultura perdida a través de los años que sería muy bueno revivir entre los creyentes para tomarnos un tiempo dedicado exclusivamente para visitar a nuestras amistades, tomar un café en casa o charlar en algún otro lugar reforzando las relaciones para tener al fin la oportunidad preciosa de presentar el Evangelio a quienes nos conocen de años y amamos.
La visitación «en frío» y muchos procedimientos más, pueden y deben ser usados con tal que las personas lleguen a experimentar un contacto personal con Jesucristo. Solo que no cerremos el círculo, al contrario; abrámoslo a mayor número de opciones. La gente que me conoce se dispondrá mejor a escuchar mi presentación del evangelio, los que me aprecian lo escucharán de buena gana (si mi forma de vida lo respalda), la gente que me ama, quizás esté dispuesta a recibirlo como Salvador. Empezar por la esposa, los hijos, los padres, los hermanos, los nietos etc. Deberá ser siempre lo primero por que de todos los que queremos ver en el cielo cuando lleguemos; La Familia Es Primero.
Jesús dijo: «No soy enviado sino a las ovejas de Israel.»